MI MAESTRA LUCHA SE HA MARCHADO

MI MAESTRA LUCHA SE HA MARCHADO

Vaya mi más sentido pésame a los familiares de mi gran maestra Luz María Ventura Limón, oriunda de Tlacotalpan y de la que siempre tendré un gratísimo, cuanto muy amoroso recuerdo, porque tal y como en otras ocasiones se los he expresado, tanto con ella, como con mi maestra de sexto año de primaria, la profesora Evangelina Ruiz Ferto, aprendí tal vez mucho de lo poco que ahora he logrado poner en práctica.

CUANDO LOS MAESTROS SABÍAN DE TODO, Y BIEN

La maestra Lucha fue mi mentora en el quinto año de primaria y con ella fue toda una gratísima experiencia tomar clases. Como les he mencionado en varias ocasiones, en aquellos años de la década de los sesenta, los psicólogos brillaban por su ausencia en las escuelas (a Dios sean dadas las gracias); la psicología la aplicaban los padres y los maestros, y, no obstante la maestra Lucha jamás aplicó aquella máxima de "la palabra con sangre entra", era alguien quien nos sabía disciplinar a toda la chiquillada de aquel entonces a través de "psicología aplicada". Recuerdo cuando se suscitaban las clásicas peleas entre los compañeros, ella nunca envió a ninguno a la Dirección, sino simple y llanamente llamaba al frente del salón a las partes contendientes, ahí mismo ella les decía se dieran de golpes, lo cual sucedía incuestionablemente y después de dos o tres moquetazos la profesora, haciéndola de réferi, decía: "¡Ya, ya, ya, fue suficiente, ahora dense la mano y regresen a sus asientos antes de que los repruebe a todos!". Y asunto arreglado, los rijosos salían como amigos, no había nada de "te espero a la salida" ni nada por el estilo.

ENSEÑANZAS TEÓRICAS Y ADEMÁS PRÁCTICAS

En otra ocasión, un compañero, que después me enteré era hijo único y sus papás lo tenían sobreprotegido, tenía problemas de interacción con muchos del grupo (por razones obvias no doy el nombre. Hoy es un exitoso funcionario de una empresa privada) y lo acosaban con frecuencia, en una ocasión la profesora le dijo que no debía tenerle miedo a nadie y debía aprender a defenderse cuando alguien lo agrediera. No pasó mucho tiempo para que un compañero comenzara a fastidiar de nuevo al tranquilazo de nuestro amigo en el salón a la hora del recreo (pues por lo regular no salía al recreo) y aprovechó el clásico bravucón para ir a buscar pendencia con el apacible compañero; lo recuerdo muy bien porque yo estaba cerca del salón y vi la escena; la maestra Lucha estaba también en el salón revisando papeles aprovechando el intervalo y ni en cuenta tomó el conflicto en que estaba el buenazo del salón. Yo me atreví a preguntarle a la profe si no se había percatado del asunto, ella, imperturbable, sin levantar la mirada de lo que revisaba, me respondió: "Ya le dije que debe defenderse, para eso tiene dos manos". Esto fue como el despertar de mi amigo, pues le ha puesto un buen moquete al aprovechón del momento, que desde ahí nunca más nadie se volvió a meter con él más e invariablemente se integró a jugar con toda la chiquillada en el recreo.

SU RECUERDO SIEMPRE ME HACE SONREIR DE GUSTO Y GRATITUD

Es lamentable perder gente de valía como mi maestra Lucha, pero, si yo que fui su alumno a los 11 años de edad y hoy cuento con ¡55!, no me cabe la menor duda de que ella cumplió su ciclo, no sólo con gran abundancia de vivencias positivas, sino que dejó su huella entre tantas generaciones que egresamos de la primaria Benito Juárez.

Vaya un recuerdo cariñoso para ella, que incuestionablemente multiplicó y por cientos, los talentos con los que Dios la envió al mundo, enseñó y enseñó bien, ayudó y ayudó bien, sembrando semilla buena, alegría y principios fundamentales para que los chamacos de aquellos ayeres enfrentáramos el mundo con buena disposición.

¡QUE BONITA Y GRAN MAESTRA TUVE!

Descanse en paz mi gran maestra, que estoy seguro no soy el único que la recordará con amor, respeto y enorme nostalgia, pero, con mucha alegría de haber formado parte del alumnado que abrevó en su fuente de saber. Ya no estará para decirme en cada ocasión que la encontraba, con su cara sonriente y vivaz mirada, en lo que me daba un leve golpe en el hombro: "¡Ya leí las burradas que escribes!". Pero, como fue una magnífica maestra, sobre todo con los varones, sé que con su sonrisa y esa, su muy singular expresión, me estaba diciendo que se sentía contenta no le hubiese salido yo tan zopenco.

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